18 noviembre 2024.
Al fin inauguramos el fogatero. Fue un evento que desbordó magia desde el primer instante.
Al caer la noche, un crepúsculo teñido de anaranjados y púrpuras dio paso a un cielo salpicado de estrellas con una enorme luna rojiza imitando al sol en su puesta.
El corazón de todo fue el fogatero: un círculo sólido y robusto, construido con tabique rojo que exhibe un trabajo artesanal cuidado. Cada ladrillo encaja con precisión, formando una estructura de bordes redondeados, conteniendo las llamas danzantes que se avivaban con vigor y elegancia, proyectando reflejos cálidos y mostrando figuras caprichosas que las mentes juguetonas interpretan, ardiendo con una calidez que invita a todos a acercarse.
Por encima del fogatero, un cielo abierto extendía su inmensidad estrellada, añadiendo un contraste sereno al espectáculo vibrante del fuego. El tiempo se sentía distinto, como si la noche no tuviera prisa, y todo lo que sucedía estuviera cargado de significado, las voces y los tamborcitos en la mano de las guías del temazcal, con sonido ancestral y envolvente parecía penetrar la piel y alcanzar el alma, marcando un ritmo que invitaba a la introspección y a la conexión con algo más grande.
Alrededor, se respiraba un aire de entusiasmo. Amigos y conocidos, todos reunidos como una sola familia, compartían risas y promesas de una velada inolvidable. Los bombones se ensartaban en largas agujas de metal para cocinar alambres, chisporroteando con dulzura sobre el fuego, mientras manos ansiosas los giraban para conseguir ese punto perfecto de dorado. El dulce aroma de azúcar caramelizada se mezclaba con el fresco aroma del paisaje verde. La tertulia surgió espontánea. Cada anécdota y confesión parecía fluir con la facilidad de las chispas que ascendían hacia el cielo oscuro. Entre una historia y otra, alguien cambió con una canción acompañada por el karaoke, los sonidos entonados llenaron el ambiente mientras las voces tímidas comenzaron a unirse en canciones que iban desde baladas nostálgicas hasta el karaoke más desinhibido. Hubo risas a carcajadas por las letras olvidadas y ovaciones sinceras para quienes se atrevían a brillar.
A medida que la noche avanzaba, el fuego menguaba, pero la energía no. Las brasas ardientes parecían sincronizarse con los corazones encendidos de los presentes. Era una noche espléndida, donde el frío del exterior no podía competir con el calor de la conexión humana. Una noche en la que cada mirada, cada risa y cada nota parecía prometer que habría muchas más como esta.
18 noviembre 2024.
Al fin inauguramos el fogatero. Fue un evento que desbordó magia desde el primer instante.
Al caer la noche, un crepúsculo teñido de anaranjados y púrpuras dio paso a un cielo salpicado de estrellas con una enorme luna rojiza imitando al sol en su puesta.
El corazón de todo fue el fogatero: un círculo sólido y robusto, construido con tabique rojo que exhibe un trabajo artesanal cuidado. Cada ladrillo encaja con precisión, formando una estructura de bordes redondeados, conteniendo las llamas danzantes que se avivaban con vigor y elegancia, proyectando reflejos cálidos y mostrando figuras caprichosas que las mentes juguetonas interpretan, ardiendo con una calidez que invita a todos a acercarse.
Por encima del fogatero, un cielo abierto extendía su inmensidad estrellada, añadiendo un contraste sereno al espectáculo vibrante del fuego.
El tiempo se sentía distinto, como si la noche no tuviera prisa, y todo lo que sucedía estuviera cargado de significado, las voces y los tamborcitos en la mano de las guías del temazcal, con sonido ancestral y envolvente parecía penetrar la piel y alcanzar el alma, marcando un ritmo que invitaba a la introspección y a la conexión con algo más grande.
Alrededor, se respiraba un aire de entusiasmo. Amigos y conocidos, todos reunidos como una sola familia, compartían risas y promesas de una velada inolvidable. Los bombones se ensartaban en largas agujas de metal para cocinar alambres, chisporroteando con dulzura sobre el fuego, mientras manos ansiosas los giraban para conseguir ese punto perfecto de dorado. El dulce aroma de azúcar caramelizada se mezclaba con el fresco aroma del paisaje verde.
La tertulia surgió espontánea. Cada anécdota y confesión parecía fluir con la facilidad de las chispas que ascendían hacia el cielo oscuro. Entre una historia y otra, alguien cambió con una canción acompañada por el karaoke, los sonidos entonados llenaron el ambiente mientras las voces tímidas comenzaron a unirse en canciones que iban desde baladas nostálgicas hasta el karaoke más desinhibido. Hubo risas a carcajadas por las letras olvidadas y ovaciones sinceras para quienes se atrevían a brillar.
A medida que la noche avanzaba, el fuego menguaba, pero la energía no. Las brasas ardientes parecían sincronizarse con los corazones encendidos de los presentes. Era una noche espléndida, donde el frío del exterior no podía competir con el calor de la conexión humana. Una noche en la que cada mirada, cada risa y cada nota parecía prometer que habría muchas más como esta.
En el estruendoso y ensordecedor silencio de la mente humana surge Ítaca.
Cuantas Ítacas existen?.
Yo conozco una… una en la que la luna llena atestigua incendiantes llamas danzantes en el fogatero.
Una en la que la fuerza de la belleza emerge en amor;
Te acaricia… y propina
Un cálido beso, y en un
Lienzo de luz y sombra
Itacenses todos en
Amor.
Una Ítaca donde el
Alma
Noble
Alcanza al sol.
Una Ítaca en donde la serpiente medicina, danzando se eleva hasta los cielos, cielos que surca ocho águila de obsidiana para sumergirse en las aguas que sustentan a la orquidea de pigmentos rojos.
Una Ítaca que es para siempre un tatuaje en mi corazón.